Una reflexión sobre lo ocurrido el pasado 5 de julio.
Me pregunto por qué la presencia de un inflable de un personaje ficticio de propaganda política en un desfile patrio no despertó nuestra indignación, así como ya no nos indigna casi nada que daña nuestra Nación.
Me pregunto más, ¿todavía tenemos una Nación?
Ser venezolano me hace parte de algo más grande de mí. Soy uno en 30 y pico de millones que tenemos simpatías comunes. Hablamos un español singular entre los españoles de América Latina. Tenemos una historia común, que se refleja en fechas patrias: los actos que ocurrieron el 24 de junio de 1821, el 5 de julio de 1811, el 19 de abril de 1810, entre otros. Nos unen también las pequeñas cosas, como la arepa de maíz, el joropo, el pescado frito con tostones en la playa, el queso blanco. Tenemos un territorio del cual sentimos orgullo, las playas, los tepuyes…
Ahora que lo pienso, sí nos indignó la fiesta en el tepuy. Pero no nos indigna la explotación del Arco Minero, que ocurre a diario en pleno macizo guayanés. ¿Entonces, qué es lo que realmente nos indigna? ¿La destrucción de la Nación o la cruel desigualdad de que unos pocos puedan hacer lo que les da la gana y la mayoría de nosotros no?
El 5 de julio debería emocionarnos. ¿Por qué los venezolanos no celebramos nuestra independencia como lo hacen los americanos con el 4 de julio? Hasta me da envidia no ver ni un cohete artificial ese día. No sé si de verdad consideramos nuestra independencia un hecho histórico que nos une como nación. Parece que es algo que nos enseñaron en primaria y quedó en el recuerdo en forma de carteleras. Me entristece no saber cuál es la fecha nacional más significativa para nosotros. Quisiera que me comentaran, ¿significa algo para ustedes el 5 de julio? ¿Hay alguna fecha patria nacional significativa?
¿Cómo saber si tenemos una Nación, si no sabemos lo que nos une?
Para verle el lado irónico, sabemos que hay cosas chimbas y ridículas que nos unen: desde el temor a no poder renovar un pasaporte hasta el sushi con tajada.
Pero también nos identifican las cosas buenas, como nuestro sentido del humor, que ha unido a sindicalistas y poetas, a escritores y políticos. Fue el gran poeta y humorista, Andrés Eloy Blanco, quien presidió una Asamblea Nacional Constituyente que produjo la Constitución que reconocía los derechos de todos los venezolanos por primera vez en nuestra historia. Su gran trabajo como “apaciguador” -así lo llamaban de cariño- de tensiones entre distintas facciones de venezolanos por allá en el año 1947, en la era del post-gomecismo y de los crecientes partidos democráticos populares, fue el trabajo de un hombre que hizo bisagra entre venezolanos que no tenían casi nada en común. Y esa bisagra fue el humor, la capacidad de hacer reír a todos, y de reírse de todos, de sus adversarios, y sobre todo, de los miembros de su propio partido. La virtud de Andrés Eloy y del humor nacional fue un hecho histórico que hoy nos une.
Eso me une con Venezuela. Hay historiadores que dicen que las naciones son comunidades imaginadas, porque nunca realmente conoceremos a todos los miembros de una nación, solamente imaginamos cómo son. Aunque hay algo de razón, porque nunca los conoceremos a todos, sí tenemos representantes de nuestra nacionalidad que nos dan una buena idea de cómo somos. Porque los que nos representan nos identifican. Los cantantes y los escritores son como nosotros. Los líderes políticos y los comediantes son como nosotros. Los que nos gustan y los que no.
No es casualidad que los emigrantes vayan en cambote a los conciertos y a shows de stand-up comedy de artistas nacionales. Esas canciones y esas historias no solo nos entretienen y nos hacen sentir nostalgia, sino que nos cuentan cómo somos y nos hacen sentir que no estamos solos. No es que soy una persona que está sola en Alemania, Uruguay o Canadá, es que soy un caraqueño, un barquisimetano o un maracucho, criado en unas calles, bajo unos códigos, con unas experiencias y unas historias que me hacen ser parte de algo.
Aunque los representantes de la nacionalidad nos dicen más o menos cómo somos, hay algo más que nos identifica. Aunque yo nunca en mi vida vaya a Upata, estoy casi seguro que la manera en la que las madres de Upata regañan y bendicen a sus hijos se parece a la manera de mi madre. Con las mismas palabras, con una cadencia, una mirada y una gestualidad singular. Hay algo que vemos en los venezolanos en el exterior que nos hace identificarlos a distancia. Una manera de hablar, de moverse, de ser y estar. No los identificamos por su físico, porque nuestra fisonomía sí que es diversa, sino por un nosequé, un tumbao. Quizá sea el alma nacional.
Hay Nación en nosotros. Hay una identidad nacional que nos han querido arrebatar, cambiando el escudo de Caracas, quitando el nombre del estado Vargas, mostrando inflables de un personaje de propaganda política que no representa la nacionalidad en un desfile de una fecha patria. Nos han querido disminuir nuestros sentimientos nacionales porque se les hace más fácil dominarnos. Si algo no nos indigna, no nos causa ira que lo dañen y por ende no nos vamos a quejar. Pero el de arriba no se atreve a asistir al mismo acto público, porque sabe que su pueblo no lo quiere, porque no lo representa, y por eso manda a una versión ficticia de su imagen, tan inflada y tan artificial como su liderazgo.
Entiendo que no haya indignación porque probablemente la mayoría del país no se haya ni siquiera enterado del suceso. Pero también hay una tarea pendiente para los dirigentes políticos que quieren liderar el país: enaltecer el valor de nuestra historia, de nuestras fechas patrias, de lo que nos une como nación, para que a los de arriba les cueste demasiado caro intentar dañarla. A fin de cuentas, ¿qué es la Nación sino la historia de nuestro pasado?